martes, 1 de septiembre de 2009

Mi inTuición sabe a cHocolatE

Ahora ya ha salido el sol y la luz delinea mi intuición, y las formas de saborear un buen chocolate, dejando ver claramente lo que antes eran solamente sombras y contornos imprecisos.
Tal vez tenga que cambiar de planes con esta nueva luz, pues lo que imaginaba no existía, ya que ahora lo puedo ver claramente. Pero haber sufrido una de especie de muerte psíquica, lo que siento ahora es la renovación de mi espíritu.
Me dejo llevar por mi intuición, que es mi guía, mi alegría. De ella sale la voz mágica que me deja ver claramente el sentido de las cosas; es la concientización de mí ser, con fluidez y sin conflicto, tal como si bebiese agua para refrescarme en un manantial cristalino. Quizá debo expandir a plenitud todos esos sentimientos profundos que me caracterizan como una mujer del cosmos, irguiéndome y obligándome a renacer como el Ave Fénix.
La fuerza es interna, libre de ataduras, en esta historia, mi historia que comienza como una fábula olorosa, perfumada a tierra y a chocolate, a orígenes e historia, a búsqueda y encuentros de almas.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Cacao, Mujer y Tierra

La mujer cumple un requisito fundamental a la hora de trabajar con el cacao, como las llamaba Francisco Plánchez “mujeres del cacao”. En el fondo las mujeres del cacao desempeñan una influencia misteriosa en el proceso de fecundar, fermentar y secar el cacao. Eliade (1990) explica que todo “ritual tiene un modelo divino, un arquetipo” (p.131). Es evidente que las “mujeres del cacao”, además de ser el modelo perfecto de la creación del cacao, generan cierta influencia en la vegetación, una especie de hierogamia, que remite al matrimonio divino entre el cielo y la tierra. Se descubre un acto de asimilación sexual entre la mujer y el cacao, la unión de los dos conforma la morada donde la mujer podrá vivir y subsistir. La pareja divina Mujer-Cacao evoca un leitmotiv de la mitología universal. Así, la unión de la mujer (Tierra) y el cacao (Cielo) recuerda la primera hierogamia y su unión trae una fertilidad mágica.

Fruto beNdito

Decir que en Venezuela se da el mejor cacao, y más aún, que el cacao de Chuao es el mejor cacao del mundo, no expresa el valor cultural que tiene el cultivo de este fruto; por esta razón, se busca aportar, desde una mirada antropológica, el valor real que el cacao representa como símbolo de pertenencia a una tradición sociocultural particular.
La historia del pueblo de Chuao, desde los primeros habitantes de la cultura Caribe, hace referencia a un testimonial arqueológico lleno de misterio, al surgimiento de una extraordinaria diversidad cultural. La conquista de Chuao por parte de los españoles, no solamente significó la confrontación de dos mundos, sino que, al mismo tiempo, implicó la configuración de un modelo de dominación que trajo consigo la guerra de imágenes, la cual constituyó la base fundamental del encuentro cultural, del surgimiento del pensamiento mestizo entre el indígena, el español y el negro. Se puede decir que el encuentro cultural se dio a partir del árbol del cacao, del surgimiento de la Hacienda de Cacao como proceso de colonización en Venezuela, específicamente Chuao. Por esta razón, el árbol del cacao para la cultura chuaeña simboliza las tres culturas, ya sea en un toque de tambor, en San Juan Bautista o en una cesta de caña amarga donde se recoge la semilla de este fruto bendito.

domingo, 9 de agosto de 2009

Mi llegada

Llegue a Chuao para encontrarme con el árbol sagrado, el árbol de los dioses, el cacao. Fruto que te invita a sentir cada latido de la tierra, cada baño en el río, cada Corpus, cada San Juan. Así es Chuao con ese aroma a cacao que se manifiesta en las sonrisas de su gente alegre.
Muchas anécdotas se quedaron en mi memoria como gratos recuerdos. Una de ellas fue cuando llegue a Chuao por primera vez. Desde bien temprano me levanté para irme a Maracay y de ahí a Choroní. Llegué por fin a Puerto Colombia, como todo buen turista pregunté quién va para Chuao y un señor muy amable me contestó: yo voy. Me monté en el peñero. Ese día la mar estaba suave y alegre. Llegué a Chuao en veinte minutos; me bajé del peñero, entonces decidí irme al pueblo a pie, el camino es largo, como una hora desde la playa hasta el pueblo. Por el camino me encontré a un joven amable, que me acompañó. Estuvimos hablando y hasta me ofreció cacao, fruto que para mi paladar despierta un sabor a dulce y amargo.
Después de tanto caminar llegamos al pueblo, a eso de las tres de la tarde. En ese momento el pueblo estaba en silencio, sin nadie en las calles, uno que otro trabajando en las construcciones de las nuevas casas. El joven me llevo a donde estaba una de las rezanderas; entramos a la iglesia, ahí estaba sentada, dando sus clases de catecismo. Ella muy amable me dijo: siéntate y nos pusimos a conversar un rato largo, hasta me echó un sermón de la gente que viene a Chuao.
Conocí a muchas personas maravillosas, entre ellas las rezanderas. Ellas me enseñaron a sentir el cacao desde lo más sagrado. De los hombres aprendí el tan milagroso don de las palabras que encantan a cualquier corazón amoroso. Poco a poco construí una pequeña familia, un hogar lleno de madres, abuelas y unos cuantos hermanos.
Mis días en Chuao fueron días de sorpresas, de ir descubriendo a cada paso que daba, lo cual me llevo a experimentar mi latido intuitivo, de saber en dónde meterme y con quién. A partir de ese latido viví en un mundo mágico, de mucha imaginación, donde cada sueño se me reveló como un don al saber que Chuao es un paraíso terrenal.